Pero igual, cada vez que meto las llaves en la cerradura, al entrar en casa, el corazón se me desboca, loco, ansiando que él esté ahí dentro. Entonces, mientras pongo la llave, abro el portón, cierro, meto la otra llave, abro la puerta, entro, cierro... Todo el tiempo mi cabeza me dice "No. No está acá. No hay nadie en la casa. No quiere estar con vos. Jodete, jodete jodete."
Un ejercicio eterno de negarle al corazón lo que quiere. Un ejercicio eterno de negar el deseo, de estrellarle un no grande como un piano en toda la cara. No, no está en casa. No, no va a llamar. No, no va a volver. No.
Jodete.
Negar el deseo, el del corazón de verlo de nuevo. El de la piel, que lo reclama entre mis brazos, junto a mi pecho, que reclama su calor en la cama inmensa. El deseo de mis oídos que reclaman su voz. Mi lengua, que reclama sus sabores. Mi cuerpo entero, que no entiende, que no va a entender nunca, por qué le niegan sus caricias.
Negar las fantasías. Esas que todos los deseos juntos crean en mi cabeza, llenan de humo mis tardes, mis mañanas, mis noches y madrugadas. Fantasía que hay que negar: No, no va a llamar. No, no va a volver. No, no va a empezar todo de nuevo. Y si empieza, no va a ser lindo. Y cuando niego las fantasias, llegan los sueños en la noche. A desvelarme. A no dejarme cerrar los ojos.
Morite amor que me crecés en el pecho, pese a todo. Regado de lágrimas. Mala hierba, alimaña. Dejá de mantenerte ahí, rodeado de mugre de deseo roto, rodeado de angustia, de llanto, de dolor, de miedo, de tristeza. Rodeado de desconsuelo.
Morite amor que me crecés en el pecho. Morite. Morite Morite.
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