Uno:
Dos niños (niño y niña, la niña es menor) juegan en los últimos asientos de un colectivo en movimiento. Quizás sea un micro escolar. El juego consiste en pegar contra el vidrio cuatro minúsculas figuritas, que se quedan adheridas al vidrio húmedo y frío. Una de las figuritas es la Muerte. La niña se espanta al verlo, y corre hacia la parte delantera del colectivo. El niño se sonríe, algo malévolo, y sigue jugando, deslizando con su dedito índice las figuritas sobre el vidrio
Dos:
Llegamos con el auto hasta el lugar de estacionamiento. Un tronco horizontal, sobre dos tocones, nos indica que a partir de ahí hay que seguir a pié. Un guardaparque nos dice lo mismo.
El camino, de tierra negra, deja lugar a las rocas rojas, enormes. las cubre el verdín negro y seco, que se deshace en un polvillo oscuro al pisarlo. Vamos descendiendo, paso a paso, hacia el río. Es verano, estamos en maya. Antes de llegar al agua, podemos tomar un camino no muy ancho de asfalto. El río se ha llevado partes del camino: es muy correntoso. Sus aguas tapan parte del camino, otras las ha arrancado. arrastra árboles y piedras y cascotes, restos de construcciones y caminos. Tratamos de seguir el camino roto, nos metemos en el agua. primero a la cintura, luego no hacemos pie y avanzamos sujetándonos de las ramas de los árboles, en contra de la corriente. Chico cerámica llega a un montículo de piedras, asfalto, escombros. Yo llego detrás: primero me adelanto bastante en el río, y nado perpendicular a la corriente para llegar bien al montículo. Ahí descansamos. Pero poco: es claro que el agua sube. El nivel de agua aumenta. Hay muchas otras personas, familias, gente mayor. Pero nadie tan alejado del camino como nosotros. Tenemos que volver, dejando que la corriente nos lleve poco a poco, hasta hacer pié de nuevo y llegar al viejo camino de asfalto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario