martes, 14 de julio de 2009

Poder, prestigio y autoridad en ciencia.

El poder del profesor y de los alumnos dentro del aula es muy desigual. El profesor es representante e la autoridad adulta, apoyado, por lo menos en teoría, por el poder de la fuerza y de las tradiciones escolares. Esta diferencia del poder se extiende al control de diálogo en sí, de su forma y contenido, o sea de la estructura de actividad y de la temática. El profesor tiene el control para decidir de que se va a hablar y de que no, quién tiene derecho a hablar en un momento dado y cuál es la forma correcta de comportarse y de hablar sobre la materia.

La diferencia de poder aleja el diálogo de una discusión libre sobre problemas entre iguales. Los profesores no tienen que explicar sus razones o justificar sus decisiones ante los alumnos. No tienen que esforzarse tanto para entender el punto de vista de los alumnos sobre un tema como, digamos, el de su director. A los alumnos también se les induce a aceptar la autoridad de un profesor no solo en cuestiones de organización de clase, de actividades, sino también en asuntos científicos.

Los profesores mismos no son la autoridad educativa por excelencia y muchas veces cierran prematuramente una discusión o debate para terminar a tiempo un temario que otra persona les está imponiendo. El diálogo en clase expone directamente las relaciones de poder en las que están inmersos y esas relaciones de poder derivan de un sistemas social mas amplio – no son rasgos distintivos de las escuelas o de las aulas como tales.

Al igual que los alumnos y profesores tiene un poder desigual, la temática del sentido común y la temática científica tienen un poder desigual dentro del diálogo en clase. No solo en los debates, sino en formas mas general en las aulas. A los alumnos se les induce a la desconfianza en el sentido común y en la aceptación de la superioridad de la temática científica. Esto también forma parte de un patrón social mas amplio: la aceptación de “las opiniones de expertos” sobre políticas por personas que no entienden los fundamentos de esas opiniones.

En el s. XX una creciente “tecnocracia” intenta controlar la política de decisiones mediante una apelación selectiva a los “expertos” desviándose así, de las inconvenientes diferencias sobre principios básicos. Creo que la educación científica, sin querer, está abonando a esa tendencia. Lo hace al convencer, con éxito, a la mayoría de los alumnos que los expertos, los que saben hablar científicamente, son “mas listos” que ellos – y al mismo tiempo al fracasar realmente en enseñar a la mayoría de los alumnos a hablar científicamente-. Esto fomenta un “reinado de expertos” una alineación de la ciencia, una sensación de inferioridad, y a la larga, un temor y un odio a ese “poderoso desconocido”. Por su silencio ante cuestiones de valores sociales, la educación científica también ayuda a promover la idea errónea de la ciencia neutral o libre de valores de la que dependen los tecnócratas.



APRENDER A HABLAR CIENCIA. Lenguaje, aprendizaje y valores.

Jay L. Lemke

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