Un morocho alto, de pelo crespo y pómulos marcados.
Un morocho de palmas amplias para golpetear el ritmo de su sangre.
Un morocho todo piernas y brazos y sonrisas.
Un morocho de carcajadas ruidosas, uno de voz suave.
Un morocho de ojazos negros.
Un morocho de piropos y miradas inocentes.
Uno de esos para tener en la mesita de luz, como quien tiene una tableta de chocolate, por si el antojo.
Y curiosamente, raramente, extrañamente... no.
Me parece que mejor que en la mesa de luz, mucho mejor, va a ser que me acompañe, como amigo, por las risas de la vida, por los llantos de las noches, por las frías madrugadas de vino y viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario