jueves, 5 de noviembre de 2009

Momento especial


Resulta que un amigo traía el vino. Y empezamos a charlar, mucho. A la mitad de la botella yo ya estaba hablando de mis ex novios. Penoso, muy penoso sobre todo, porque cuando llegué a Leo, tuve que parar... nudo en la garganta y ojos mojaditos. ¿Cuanto tiempo te puede doler una persona? pero seguimos charlando, de otras cosas. La botella murió antes del postre. Pobre. Un cavernet muy rico, sanjuanino. Y yo tenía otro. Ya el vino tenía mas de un año de paseos en esa botella. Desde Mendoza a Buenos Aires. De Buenos Aires a Roca. Una botella cosmopolita, experimentada. Una botella para un momento especial. Y si, los momentos especiales son esos: cuando te quedás sin vino y querés seguir charlando, mirando los ojos francos del interlocutor. Los momentos especiales no se planifican. Esa es la única razón por la cual seguía la botella ahí: mi locura absoluta de planificar. Así que nada. Abrió la botella. Y el vino en la copa, oscuro y espeso, como sangre. Esa sangre de extracción con jeringa, no la del corte con el cuchillo. Sangre espesa, oscura, densa. Y sus mil aromas, y sus mil sabores en mi boca. Y saber que en realidad, podría ser un vino de damajuana... porque lo que importa está afuera de esa copa, en todo lo que rodea esa copa. Felicidad al encontrar la botella vacía sobre la mesa esta mañana. Felicidad también, porque no me duele la cabeza (algo que supongo, hubiese pasado con una damajuana)

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